El Lago Michigan, el Gran Lago Salado, el Lago Hiamna, el Lago
Okeechobee, el Lago Pontchartrain, el Lago Rojo, el Lago Champlain, el Mar
Salton, el Lago Powell, el Lago Winnebego, el Lago Flathead, el Lago Goose y el
Lago Moosehead. Trece planos estáticos de diez minutos cada uno con la línea de
horizonte dividiendo la pantalla en dos partes exactas, mitad agua, mitad
cielo. No hay relato, no hay presencia humana directa, tan sólo un barco aquí o
un tren allá; el único protagonista de la película es el paisaje. La que nos
hace James Benning en 13 Lakes es una propuesta esencialmente
contemplativa, sí, pero no basta con tener los ojos abiertos: hay que mirar y
escuchar para comprender.
En la filmografía del cineasta de Wisconsin hay muchas piezas que
responden a una estructura extremadamente cerebral, definida por reglas muy
estrictas. Con Los quiso ofrecernos su particular
visión de la ciudad de Los Angeles mediante 35 planos de dos minutos y medio.
Para Utopia tomó prestado sin permiso todo
el soundtrack de un documental de
Richard Dindo sobre el Che Guevara y lo montó con imágenes desérticas de México y el
sur de los Estados Unidos. En 1977 rodó en su Milwaukee natal One Way Boogie Woogie, un film de sesenta minutos
armado a base de planos fijos de escenarios urbanos y industriales; chimeneas,
coches, edificios y aceras asomaban en una película que pretendía reflejar el
decaimiento de un territorio. Veintisiete años después, el director volvió a los mismos
lugares y repitió la experiencia en un ejercicio fascinante de observación del
paso del tiempo y las transformaciones que trae consigo. En Ten Skies se valió nuevamente de planos
fijos de diez minutos para mostrarnos el cielo que observa desde su hogar en la
pequeña villa de Val Verde, en California. Diez cielos afectados por las
condiciones atmosféricas y ambientales de las tierras que se extienden por
debajo de ellos; diez secuencias que nos regalan una inspiradora reflexión
sobre nuestra relación con la naturaleza.
James Benning combina una intensa voluntad de analizar el valor de la
imagen y la narrativa fílmica, con elementos mucho más íntimos y personales
relacionados con su propia experiencia biográfica (de ahí el retrato incansable
de los escenarios que ha conocido a lo largo de su vida) y con su concepción
estética, incluso poética, del paisaje y de su contemplación, entendida como un
ejercicio intelectual y emotivo. En sus películas nos obliga a mirar y a
escuchar, consciente de que cualquier escena puede ser apasionante si le
dedicamos la suficiente atención. Pero mirar y escuchar no es un
entretenimiento intrascendente y banal. Para Benning mirar y escuchar es un
acto político, pues la
forma en que percibimos el mundo refleja inevitablemente nuestros prejuicios
como individuos.
Cineasta radical, independiente y vanguardista, James Benning vive
completamente apartado del sistema comercial y no parece tener tampoco mucho
interés en dar a conocer masivamente sus trabajos, que ni siquiera han sido
editados en DVD, y pese a ello hoy por hoy es una figura venerada en todo el
planeta, objeto de atención de los festivales abiertos a las producciones menos
ortodoxas (BAFICI, FICCO). El Museo del Cine de Austria
acaba de dedicarle una completísima
retrospectiva que
incluyó también sus trabajos de los 70, piezas de dos o tres minutos en muchos
casos que apenas han conocido difusión. En el ciclo se proyectaron sus dos
nuevas películas, Casting a glance, que rinde tributo al Spiral Jetty del artista Robert Smithson, y RR, que recorre Estados Unidos
entre caminos de hierro y trenes que pasan.
En España la veda la abrió en 2006 el Zinebi y el Museo Guggenheim de Bilbao,
pero en cualquier caso sigue siendo un director extremadamente poco conocido,
cuyas películas (y sólo unas pocas) circulan de mano en mano transmitiendo
asombro pero también la insatisfacción de no poder acercarse a ellas en las
condiciones que serían deseables. Dejamos para otro momento el absurdo debate
sobre cuál es el lugar apropiado para la exhibición de un cine tan atrevido y
experimental como el de James Benning, si los museos de arte contemporáneo o
las filmotecas, porque el verdadero problema es que ni unos ni otras suelen
arriesgarse a programar esta clase de obras.
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