jueves, 30 de enero de 2014
Stephen Dwoskin la cámara para vencer la soledad 1939-2012
De origen ruso, nacido en Brooklyn en
1939 y afincado en Londres, Stephen Dwoskin no pertenece a ningún lugar.
Inclasificable sin ser elitista, se trata de un cineasta singular porque siendo
minusválido - lo que condiciona su modo de ver y filmar el mundo-supo compensar
su minusvalía mediante una búsqueda constante de la forma, inspirándose en las
experiencias de James Joyce en la literatura y de Steve Reich en la música. En
él la paradoja se convierte en fuente de energía.
Porque este hombre, que desciende de un
fértil linaje (su abuelo, emigrante ruso, fue pintor y bailarín y su padre,
obrero, demostró su talento en los ámbitos más diversos) habrá devuelto la fe
en el cine a muchos de los que un día la perdieron. Una única película y todo
vuelve a crecer. Para algunos la película es Trying to Kiss the Moon,
elegía autobiográfica construida por films anteriores, películas caseras
paternas, fotos, planos anteriores y posteriores a la enfermedad, una profunda
melancolía. Pero ¿cómo alcanzar lo inaccesible simbolizado por la Luna cuando
se está marcado por la polio desde los nueve años? Inválido, Stephen pasa su
adolescencia en Nueva York de hospital en hospital, forjando por la fuerza del
destino el sentido de la observación a distancia. Después, heredando la
vitalidad de su abuelo que lo inició a tiempo en la danza, aprende a mover su
cuerpo al ritmo de las muletas. Tras una formación de pintor y diseñador
publicitario gracias a la beca creada por Roosevelt, también minusválido, en
1964 consigue un puesto de profesor en el Royal College of Arts de
Londres, dejando atrás al movimiento underground que comenzaba a consolidarse
con Warhol y Mekas.
En sus primeras películas
Dwoskin
utiliza la cámara para vencer su soledad, para comunicarse con el otro; La Mujer,
evidentemente, objeto de deseo del hombre y encarnación de su pulsión escópica.
Así nacieron los primeros cortometrajes: Asleep, Alone, Chineese Checkers,
Soliloquy, Jesus Blood... Si las mujeres tienen tal
importancia en su obra es porque ellas forjaron su universo desde su
nacimiento. Steve nació con la guerra, -como le gusta recordar a su madre-,
cuando los hombres partieron hacia el frente. Sus tías tomaron el relevo,
después las enfermeras de blusas blancas y al final sus modelos, sus amantes,
sus esposas, construyendo a su alrededor una fortaleza protectora. La película Dyn
Amo, el más hipnótico de sus largometrajes consigue un premio en el
festival de Toulon en el año 1972 gracias a las mujeres, desamparadas por la
apatía de los hombres. En el miserable decorado de un local de strip-tease,
inmóviles en posición de voyeurs, cinco hombres se divierten a costa de tres
jóvenes en una mezcla de ingenuidad y de aburrimiento, hasta que la cámara
arranca de la última bailarina los signos implorantes de "sálvese quien
pueda". Inolvidable es la expresión de su rostro que se agrieta al ritmo
de una musiquilla persistente compuesta por el genial Gavin Bryars. En el cine
de Dwoskin, la comunicación se convierte en una experiencia psíquica.
Un genio de la forma
Más dramática que la anterior, la
película Behindert (Impedido) retrata la vida de pareja del autor con
Carola Reigner. Sobre el rostro magníficamente esculpido de la actriz alemana
desfilan sus emociones más profundas como si fuese una pantalla: a turnos seducida,
molesta, inquieta, del desamparo a la repulsión pasando por la compasión.
El exilio, la marginalidad, el
sufrimiento, llevan al cineasta a dirigir su mirada hacia el exterior, rueda
con el escarnio de un Chaplin, ligándose a las niñas a pesar de las muletas. Outside
in toma prestada la vena humorística dando la vuelta a las cosas. La
película comienza con una escena de borrachos titubeantes que quieren a toda
costa ayudar al realizador que permanece en el contracampo. En la misma línea,
el cineasta muestra tanto los problemas sociales como el miedo de los otros
frente a la minusvalía (Face of Our Fear) o el dolor (Pain is...)
Nunca se insistirá lo suficiente cuando
se afirma que el genio de Dwoskin brilla en la forma. Tras la agudeza de su
mirada, el espectáculo más cotidiano de la vida, un cristal empañado sobre un
fregadero, se transforma en objeto de celebración. El ritmo ordena una estética
fundada en las oscilaciones de la diferencia y la repetición que resuenan como
un eco en sus orígenes desgarrados, en su cuerpo mutilado. Su cámara, que
siempre lleva en las manos como una protuberancia, resbala, tiembla o se fija
en el objeto filmado hasta la angustia o la disolución de éste. Más que los
movimientos de cámara o el gesto de los actores, empleados como modelos, el
montaje (actividad milagrosa para el hombre inmovilizado) acapara toda su
atención. Las "variaciones" en el sentido musical del término tanto
visuales como sonoras, trabajadas en tramas mínimas como las fugas de Bach o
las particiones de música secuencial poseen un tono lírico que raras veces se
consigue en el cine.
La cuarta mirada
La fluidez del rodaje recuerda a Arthur
Péléchian o al vídeo creador Bill Viola; la intensidad de su relación con el
género femenino, a Bergman o Fassbinder. Mujeres desnudas, desamparadas,
sublimizadas por el ojo del pintor y fotógrafo que es; enamorado de los
desnudos del gran Bill Brandt al que homenajea en un film de encargo, Shadow
from Light. Mujeres desvestidas cuya desnudez otorga espacio a las habitaciones
ya desnudas, cuya mirada insegura nos coloca en el lugar del voyeur por muy mal
que nos haga sentir: "la cuarta mirada", la que mata, precisa Paul
Willemen en su ensayo Looks and Frictions (British Film Institute
Publishing). Pero fundamentalmente mujeres de rostros en transformación cuyas
sonrisas fascinan hasta el éxtasis sobre todo en sus últimos cortometrajes, Some
Friends (apart), Lost Dreams, Dear Frances
(homenaje a su última compañera, la pintora Frances Turner).
Desde su larga hospitalización en el año
2000 debida a una grave neumonía, Dwoskin se orienta hacia el pasado, la
nostalgia, la muerte. Intoxicated by my Illness, inspirado en un libro
de cabecera epónimo, abre el camino. En él se distingue al cineasta en la
unidad de cuidados intensivos, entubado, en una especie de coma como el soldado
desmoralizado de Johnny cogió su fusil de Dalton Trumbo. Un estado
desesperado que sus amigos tuvieron el coraje de rodar y que Dwoskin utiliza a
continuación para traducir el surgimiento de la conciencia mediante un juego de
sobreimpresiones de alto voltaje. En Another Time (tiempo que pertenece
a otra especie, entre la vida y la muerte) utiliza el mismo procedimiento:
sombras que pasan, que aparecen tras la puerta, susurran y se inclinan en un
raudal de ternura y de recuerdos mientras que en el techo la pintura se agrieta.
Gracias al soporte digital, el
realizador-montador, trabaja la imagen como un pintor sus pinturas,
fraccionando los planos estirándolos hasta la obtención de un grano en copos,
hasta el límite palpable, incorporando aquí y allá fragmentos de películas de su
padre, suyas o de sus amigos, conservadas cuidadosamente, para conseguir un
material de una extrema fluidez. En el homenaje a su padre, Dad, Stephen evoca
además la personalidad de aquel que le transmitió el gusto por la belleza.
Entre los dos, la ósmosis es evidente. El corazón se encoge viendo al padre y
al niño jugando en la cama bajo las sábanas. El adulto, riendo despreocupado,
lanza por los aires el cuerpecito, lo recoge por los pelos y lo vuelve a
lanzar. El ralentí descifra el movimiento, transformándolo en una fatalidad
(recuerda a la escena de la caída de la hamaca de Trying to Kiss the Moon).
De este balanceo inseguro nace un extraño presentimiento, una especie de
premonición que en otro plano, la escritura de Georges Bataille, autor fetiche
de Dwoskin, se transforma en algo maravilloso a través de la figura del
oxímoron, figura de estilo que congela extrañamente la acción como si la
fatalidad esperase su hora.
viernes, 10 de enero de 2014
lunes, 6 de enero de 2014
domingo, 5 de enero de 2014
Suscribirse a:
Entradas (Atom)