martes, 29 de abril de 2014

viernes, 14 de marzo de 2014

sábado, 8 de marzo de 2014

Henri Laborit en "Mí tío de América" 3/3

Henri Laborit en "Mí tío de América" 2/3

Henri Laborit en "Mí tío de América" 1/3

El canto del estireno de Alain Resnais 1958

Alan Renais 1922-2014

La muerte de Alain Resnais (1922-2014) nos ha cogido a contrapelo. Y no porque, con 91 años, no le hubiera llegado ya la hora, sino porque, precisamente, lo veíamos hace apenas dos semanas en aparente plenitud de forma y jovialidad, con su pelo blanco, sus gafas de sol, su camisa roja y su corbata negra, haciendo bromas a fotógrafos y periodistas, en el Festival de Berlín, a donde fue a presentar la que será, ya sí, su última película, Aimer, boire et chanter, un título que se nos antoja toda una declaración testamentaria de intenciones de quien ha sido uno de los cineastas más importantes, estimulantes e inimitables del cine moderno.
Sabíamos de los problemas de salud de su compañero de promoción Jacques Rivette, también del parón del rodaje de la nueva película del centenario Manoel de Oliveira, pero nada hacía presagiar que las energías vitales de Resnais pudieran estar debilitándose, menos aún después de haber asistido en los últimos años a la sucesión de un ramillete de películas, Asuntos privados en lugares públicos, Las malas hierbas y Vous n’avez encore rien vu, que posiblemente se encuentren entre lo mejor de su carrera, que ya es mucho decir en una carrera como la suya: cintas crepusculares y luminosas, libres y juguetonas, livianas y profundas, volátiles y sólidas, humorísticas y mortuorias, reincidentes y testamentarias, siempre reflexivas, lúcidas y autosuficientes, auténticas piezas de orfebrería cinematográfica al vacío en las que reunió a su troupe habitual de actores cómplices, su esposa Sabine Azema, André Dussollier o Pierre Arditti, para regenerar el legado de ese nuevo cine que él contribuyó a forjar desde mediados del pasado siglo en estos tiempos de anorexia minimalista y autorismo con corsé.
Resulta demasiado fácil decir que este Resnais del siglo XXI, que venía ya impulsado por ese maravilloso díptico dramático-musical de Smoking/No smoking y On connait la chanson, era un cineasta joven y renacido, tan inquieto como el de los días de Hiroshima, Muriel y Marienbad, pero es que es una verdad como un templo. Si me apuran, este último Resnais se nos antoja más libre, cálido y sabio que nunca, más consciente del gozo de hacer cine, de compartir el trabajo con los suyos, de confiar, como hizo siempre, en un espectador inteligente, capaz de acompañarlo en esa búsqueda del placer de las formas y el relato, de entrar con él en ese laberinto de historias y memorias infinitas, canciones populares, tonos pastel, luces de neón, nieve artificial y travellings eternos.

Jonas Mekas 1922 Lituania / poeta de las imagenes "filmo luego existo"





Con su pequeña cámara Bolex, rodeado de friends in cinema de la vanguardia experimental más solidaria y libre, desde las barricadas de Film Culture, la Film-Makers Cooperative o el Anthology Film Archives, Mekas le otorgó al diario fílmado y a otros formatos menores la categoría de poesía cinematográfica con mayúsculas, haciendo de la intimidad y lo cotidiano, de la enunciación en primera persona, de la memoria inscrita en el presente, la forma indispensable para explicar y filmar el mundo (y los recuerdos) desde esa inocencia original que se encontraba en las primeras películas de los Lumière.

Intermedio nos regala ahora dos piezas centrales de la larga y continuada (así puede comprobarse si uno visita la web del director, donde se cuelgan a diario nuevas piezas, proyectos o materiales) carrera de este poeta lituano exiliado en Nueva York tras ser expulsado de su país, pasar por campos de refugiados y escapar de rusos y alemanes, ya se trate de sus escritos y dietarios (publicados no hace mucho por Caja Negra con el título Ningún lugar adonde ir), como de sus películas, de las que Walden. Diaries, notes, sketches (1969) marca un punto de partida que, primero en soporte analógico y más recientemente en formato digital (véanse, por ejemplo, sus correspondencias con José Luis Guerin), atraviesa los últimos 40 años con una insobornable constancia y una frescura en la mirada impropias de un anciano de 90 años.

Rodado de manera casi clandestina, Reminiscencias de un viaje a Lituania (1972) puede ser entendido como un auténtico filme político a pesar de tratar de la propia memoria personal y familiar de Mekas en el regreso al hogar después de muchos años de exilio. Desde las calles de Nueva York a la casa materna en Seminiskiai, la película busca denodadamente recuperar los paisajes, los aromas, los sonidos y los sabores de una arcadia perdida. Mekas filma a su madre cocinando, a su hermano Adolfas, a sus primos y antiguos amigos, canta con ellos, se reúnen a la mesa, celebran el presente, pero sobre todo ello gravita el pasado, la expulsión de ese paraíso, el periplo de la huida, rememorada también en Viena, lugar de tránsito, en una visita junto a Peter Kubelka.

Más difícil resulta encontrar la herida, porque en el cine celebratorio y panteísta de Mekas siempre hay pequeñas heridas que afloran, en la monumental En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza (2000), filme de casi cinco horas y 12 capítulos que articula, en aparente desorden, apenas unas horas antes de la entrada del nuevo milenio, los home movies filmados por Mekas en los 60, 70 y 80: imágenes de su esposa Hollis, sus hijos Oona y Sebastián o sus amigos que alcanzan una inopinada condición lírica y melancólica en su reelaboración desde un presente en el que esa pareja que nunca discutió y se amó profundamente ya no es más una pareja y donde todo parece cobrar el tono de una emocionante despedida.

Cualquier edición de Intermedio cuenta siempre con los mejores materiales de acompañamiento. La de Mekas incluye un magnífico texto de Miguel García, una de las firmas más prometedoras y cálidas de la joven crítica, junto a otros de Peter Kubelka, Adolpho Arrietta, P. Adams Sidney y Rubén García. Pero también una jugosa y ruidosa entrevista filmada con Mekas realizada en Madrid por la revista Lumière en 2009, toda una lección sintética de uno de los mejores antimaestros de la historia del cine, y el cortometraje-homenaje This is a Bolex, de Alberto Cabrera.

domingo, 23 de febrero de 2014

Nathaniel Dorsky

lunes, 17 de febrero de 2014

Nathaniel Dorsky





PARTE I
 Nueva York, años 60

Materialidad del soporte, duración e idea de plano. Alaya, Pneuma (Nathaniel Dorsky) . Comienzos del cine estructuralista. Ernie Gehr (History, Serene Velocity), Paul Sharits (Axiomatic Grannularity) · Experiencias primeras: Chumlum (Ron Rice), Stan Brakhage.
La invención de un lenguaje real. Tabús de la imagen: sobreexposición, subexposición, desenfoque (Anticipation of the Night) · Caminos del bosque: Ingreen, bajo la influencia de Gregory J. Markopoulos (Twice a Man)· La Washington Square Gallery de Jonas Mekas ·
Proyecciones en los apartamentos: la vida (y el trabajo) en comunidad · Primer encuentro con Jerome Hiler · Formación de un grupo · La música y la sensibilidad (The Tree of Life)
· La creación de una primera sintaxis: The Riddle of Lumen, de Stan Brakhage · Bad boys: Flaming Creatures, de Jack Smith · Encontrar una forma “alrededor de Brakhage” (Phil Solomon) / Encontrar una forma “a través de Brakhage” (P. Adams Sitney) · Líneas principales puramente visuales.
PARTE II
El montaje polivalente

Proyectos “sincrónicos” y proyectos “orgánicos” · Poesía y progresión de los planos · Montaje polivalente en el cine primitivo: Man with a Movie Camera (Dziga Vertov) · Sueños dentro de sueños versus montaje conceptual o paralelo en Vertov · Dziga Vertov versus Joseph Cornell · Primer encuentro con Warren Sonbert, Robert Beavers y Ken Kelman · Exploración del aspecto primordial del cine: prácticas de grupo · El hallazgo de Romance sentimentale (Grigori Aleksandrov, Sergei M. Eisenstein) y Anticipation of the Night · Los orígenes de Stan Brakhage y Marie Menken · Exploraciones de la poesía · Las películas de Jerome Hiler · Descubrimientos reales frente a la llegada del video e Internet · Haircut (Andy Warhol): tabú y materialidad de la película · On the Road, de Jack Keoruac: la rectitud del mundo antiguo · ¿Es el cine estructuralista moderno? · Experiencias reforzadas de la visión · “Open montage” (P. Adams Sitney) · Etimología del montaje polivalente · El montaje polivalente de Warren Sonbert · La interpretación de los sueños de Sigmund Freud · Conexiones entre imágenes individuales y sintaxis propia · John Ford y la proyección de los sueños.

PARTE III
 El montaje polivalente
 
Meditación en Alaya y Pneuma · Articulaciones en forma de “ramilletes” · Motivos y objetos de estudio · El grano de arena y el grano de película · La idea de “antorcha” · El asunto del montaje: de lo múltiple a lo simple · Mundo emocional y abstracción · La imagen no conceptual · La idea frente a la psique · El arte occidental y “la idea de algo” · Conversión de los objetos en presencias · «The Place is the film» · El proyecto de Triste · “Present tense” o presente cinemático· Variations (Nathaniel Dorsky) · Películas-semilla / películas–flor · Procesos de expansión del plano · El espacio paralelo del plano · Relaciones de montaje (Eisenstein) · Ideas secundarias de montaje y límites de la libertad · Nihilismo versus “eternalismo” · Avant-garde: género y tópico · Diferencias generacionales (Conner, Anger, Brakhage) y variaciones en las proyecciones · La idea de “stanza” · Evitar lo literal, el trabajo de “la mente cotidiana”.

PARTE IV
Superposiciones naturales y abstracción

Superposiciones naturales y estados mentales: Sarabande, Song and Solitude, The Visitation (Nathaiel Dorsky) · Dobles exposición o nivel de realidad a través de la superposición · Primeros comienzos en el cine e influencia de Ron Rice · Flotación y gravedad: corrientes de consciencia de la superposición · Naturalización y desarrollo del lenguaje cinematográfico: Triste, Nathaniel Dorsky · Introducción de las primeras capas naturales: Variations, Nathaniel Dorsky · Frente y fondo · Estados de la mente y sueños · Obtención de una imagen “completa” y abstracción: Compline, Nathaniel Dorsky · Imágenes del mundo, estados de la mente.

Declaraciones recogidas en A Coruña, el 4 de junio de 2011
por Francisco Algarín Navarro y Félix García de Villegas Rey,
con la colaboración de Miguel Blanco y Marcos Ortega,
traducidas del inglés por Miguel García, Miguel Armas, Miguel Blanco y Andrea Queralt,
y puestas en forma por Francisco Algarín Navarro y Nathaniel Dorsky por email (Sevilla - San Francisco / Toronto, junio - octubre de 2011).
Agradecimientos a Jaime Pena y al CGAI

COMENTARIO
Hace un año no éramos tan felices. No conocíamos a Nathaniel Dorsky. O al menos, la idea que teníamos de su cine no era tan completa. Su presencia no nos había embriagado aún, como hizo durante los tres días que pasó con nosotros en A Coruña, haciendo presentaciones de todas sus películas en el CGAI, coloquios con el público y, finalmente, una larga conversación que tuvo con los miembros de Lumière que nos desplazamos hasta allí.
El cine de Dorsky posee una belleza que no se apoya en una forma narrativa, tampoco en ninguna motivación política. Nace del deseo de establecer relaciones entre un plano y el siguiente.
En saber qué asociación visual o emocional podemos crear entre dos imágenes que aparentemente no tienen nada que ver.
 
El director, casi como un poeta callejero, lleva más de cuarenta años recorriendo las calles de San Francisco con la motivación de encontrar en los espacios cotidianos imágenes que sean capaces de explicar su compleja relación con el mundo. Dorsky comenta que en muchas etapas de su vida, su dificultad para expresarse, para comunicarse con el resto del mundo, le empujó a realizar películas, el único medio con el que podía expresar lo que realmente sentía, o bien en el que podía perderse, aislarse únicamente con su cámara y refugiarse en un mundo que solo él conocía.

Las películas que hemos podido ver se nos muestran como incógnitas. De un mundo de imágenes complejas y poéticas, que somos incapaces de desentrañar, pero también incógnitas del propio cineasta, que como explica, cada película pertenece a un sentimiento que tuvo a lo largo de su vida: respecto a la profunda tristeza que le causó la muerte de su amigo Stan Brakhage, su relación con la ciudad de San Francisco o algunos sentimientos puntuales, como cuando se quedó aislado en Toronto al tiempo que sucedían los atentados del 11 de septiembre. Y asimismo, cada película muestra su estrecha relación con la propia Historia del Cine. Mientras otros directores experimentales tratan de enfrentarse o de romper con el cine canónico, en la obra de Dorsky no hay esa necesidad coyuntural. Así, no se encuentra únicamente un acercamiento a otros directores experimentales, sino también a algunos clásicos de la Historia del Cine, como Ford, Hitchcock, Ozu o Antonioni. De Ford, la luz, que se abalanza sobre los ojos del espectador. De Hitchcock la minuciosidad a la hora de fijarse en determinados objetos que parecen ajenos al contexto en el que aparecen. De Ozu, el uso impresionista del color.

 Dorsky le imprime una fuerza especial a los colores cálidos. El rojo, el naranja y el rosa parecen adquirir cualidades especiales. Pero también, la fascinación tanto por el color que nace de la naturaleza misma, los pétalos de las flores, como aquel que ha sido creado artificialmente, luces de neón que atraviesan como rayos la pantalla. Incluso en algunos momentos, estos colores de diferentes procedencias se combinan en el plano, alcanzando una armonía total entre civilización y naturaleza. Y de Antonioni rescata la enseñanza de que no es necesario construir una continuidad entre planos para explicar una realidad. De que el plano-contraplano no es necesario y que las asociaciones más inesperadas, más imposibles, son también las más satisfactorias.

El acercamiento de Dorsky a los grandes directores es original, más aún su forma de rendirles tributo, pues a veces, quizás erróneamente, podemos establecer una relación únicamente por la tonalidad de un color o la manera en la que se proyecta un rayo de luz. El espectador no puede controlarse al ver las películas de Dorsky, puesto que es difícil encontrar algo firme a lo que asirse. Estamos entregados al placer de devorar las imágenes que crea.

Su recorrido por el cine plantea una constante y casi imperceptible evolución desde lo real hacia lo abstracto, desde formas más sencillas hacia otras más complejas

Es difícil establecer una cronología, porque las primeras películas que pudimos ver se constituyen de materiales rodados durante casi 20 años, como Triste (1974-1996), Alaya (1976-1987) o Pneuma (1977-1983). La primera funciona como perfecta presentación al cine de Dorsky. Imágenes poéticas de su ciudad, San Francisco, instantes de vida capturados con su cámara. Secuencias que, en otras películas, serían simples planos de transición que, en este caso, se convierten en el centro de la película. Belleza en el encuadre, pero belleza también en la simple asociación de los colores, o en un blanco y negro poco habitual en Dorsky.

 Por el contrario, Alaya y Pneuma son como islas en su filmografía. En lugar de registrar esos pequeños instantes de San Francisco, son películas más estructuralistas y herméticas. La primera se limita a mostrar flujos de grano desplazándose por el encuadre. La segunda parte de la película fue rodada en el interior de la casa del cineasta, filmando todos y cada uno de los movimientos de las partículas de grano. Pneuma realiza un proceso similar, aunque cambia el grano por la película expuesta. Así, lo único que ve el espectador es lo que ofrece cada rollo de película expuesta que ha sido montada. Puede que sean las películas más complicadas de Dorsky, pero creo que ambas esconden un fuerte significado. En Alaya, el material que se precipita y acumula, como metáfora de las imágenes que se acumulan en nuestra memoria o con la inaprensible cantidad de imágenes que genera el mundo. Y Pneuma muestra la humildad del cineasta, las imágenes perdidas que nunca conoceremos. Una tragedia tratándose de Dorsky. Creo que son temas muy importantes en este cineasta, que siempre trata de retratarse en sus imágenes ausentes.

Eso es lo que ocurre en Variations, una de las más hermosas películas de Dorsky. Hay que decir que en el ciclo del CGAI, esta película se programó en la última sesión. Es decir, que cuando la vimos ya guardábamos en nuestra memoria las imágenes de las películas posteriores de Dorsky. La última parte de su filmografía renuncia a mostrar la totalidad de los objetos ante la pantalla, como si con su objetivo tratara de registrar aquello que se esconde dentro de los objetos materiales, o quizás más allá. Por eso, al ver Variations al final de las sesiones, nos reencontramos con otro Dorsky, más ingenuo, más imperfecto, más impuro. 

Miguel Blanco Hortas                                            Francisco Algarín Navarro, Félix García de Villegas – 130’ – Video – Color

jueves, 30 de enero de 2014

NYMPH()MANIAC 1 de Lars vonTrier

MATTERHORN de Diederik Ebbinge - Nu te zien

Naissant de Stephen Dwoskin, 1964

Stephen Dwoskin la cámara para vencer la soledad 1939-2012




De origen ruso, nacido en Brooklyn en 1939 y afincado en Londres, Stephen Dwoskin no pertenece a ningún lugar. Inclasificable sin ser elitista, se trata de un cineasta singular porque siendo minusválido - lo que condiciona su modo de ver y filmar el mundo-supo compensar su minusvalía mediante una búsqueda constante de la forma, inspirándose en las experiencias de James Joyce en la literatura y de Steve Reich en la música. En él la paradoja se convierte en fuente de energía.
Porque este hombre, que desciende de un fértil linaje (su abuelo, emigrante ruso, fue pintor y bailarín y su padre, obrero, demostró su talento en los ámbitos más diversos) habrá devuelto la fe en el cine a muchos de los que un día la perdieron. Una única película y todo vuelve a crecer. Para algunos la película es Trying to Kiss the Moon, elegía autobiográfica construida por films anteriores, películas caseras paternas, fotos, planos anteriores y posteriores a la enfermedad, una profunda melancolía. Pero ¿cómo alcanzar lo inaccesible simbolizado por la Luna cuando se está marcado por la polio desde los nueve años? Inválido, Stephen pasa su adolescencia en Nueva York de hospital en hospital, forjando por la fuerza del destino el sentido de la observación a distancia. Después, heredando la vitalidad de su abuelo que lo inició a tiempo en la danza, aprende a mover su cuerpo al ritmo de las muletas. Tras una formación de pintor y diseñador publicitario gracias a la beca creada por Roosevelt, también minusválido, en 1964 consigue un puesto de profesor en el Royal College of Arts de Londres, dejando atrás al movimiento underground que comenzaba a consolidarse con Warhol y Mekas.

 En sus primeras películas
 
Dwoskin utiliza la cámara para vencer su soledad, para comunicarse con el otro; La Mujer, evidentemente, objeto de deseo del hombre y encarnación de su pulsión escópica. Así nacieron los primeros cortometrajes: Asleep, Alone, Chineese Checkers, Soliloquy, Jesus Blood... Si las mujeres tienen tal importancia en su obra es porque ellas forjaron su universo desde su nacimiento. Steve nació con la guerra, -como le gusta recordar a su madre-, cuando los hombres partieron hacia el frente. Sus tías tomaron el relevo, después las enfermeras de blusas blancas y al final sus modelos, sus amantes, sus esposas, construyendo a su alrededor una fortaleza protectora. La película Dyn Amo, el más hipnótico de sus largometrajes consigue un premio en el festival de Toulon en el año 1972 gracias a las mujeres, desamparadas por la apatía de los hombres. En el miserable decorado de un local de strip-tease, inmóviles en posición de voyeurs, cinco hombres se divierten a costa de tres jóvenes en una mezcla de ingenuidad y de aburrimiento, hasta que la cámara arranca de la última bailarina los signos implorantes de "sálvese quien pueda". Inolvidable es la expresión de su rostro que se agrieta al ritmo de una musiquilla persistente compuesta por el genial Gavin Bryars. En el cine de Dwoskin, la comunicación se convierte en una experiencia psíquica.

Un genio de la forma

Más dramática que la anterior, la película Behindert (Impedido) retrata la vida de pareja del autor con Carola Reigner. Sobre el rostro magníficamente esculpido de la actriz alemana desfilan sus emociones más profundas como si fuese una pantalla: a turnos seducida, molesta, inquieta, del desamparo a la repulsión pasando por la compasión.
El exilio, la marginalidad, el sufrimiento, llevan al cineasta a dirigir su mirada hacia el exterior, rueda con el escarnio de un Chaplin, ligándose a las niñas a pesar de las muletas. Outside in toma prestada la vena humorística dando la vuelta a las cosas. La película comienza con una escena de borrachos titubeantes que quieren a toda costa ayudar al realizador que permanece en el contracampo. En la misma línea, el cineasta muestra tanto los problemas sociales como el miedo de los otros frente a la minusvalía (Face of Our Fear) o el dolor (Pain is...)

Nunca se insistirá lo suficiente cuando se afirma que el genio de Dwoskin brilla en la forma. Tras la agudeza de su mirada, el espectáculo más cotidiano de la vida, un cristal empañado sobre un fregadero, se transforma en objeto de celebración. El ritmo ordena una estética fundada en las oscilaciones de la diferencia y la repetición que resuenan como un eco en sus orígenes desgarrados, en su cuerpo mutilado. Su cámara, que siempre lleva en las manos como una protuberancia, resbala, tiembla o se fija en el objeto filmado hasta la angustia o la disolución de éste. Más que los movimientos de cámara o el gesto de los actores, empleados como modelos, el montaje (actividad milagrosa para el hombre inmovilizado) acapara toda su atención. Las "variaciones" en el sentido musical del término tanto visuales como sonoras, trabajadas en tramas mínimas como las fugas de Bach o las particiones de música secuencial poseen un tono lírico que raras veces se consigue en el cine.
 

La cuarta mirada

La fluidez del rodaje recuerda a Arthur Péléchian o al vídeo creador Bill Viola; la intensidad de su relación con el género femenino, a Bergman o Fassbinder. Mujeres desnudas, desamparadas, sublimizadas por el ojo del pintor y fotógrafo que es; enamorado de los desnudos del gran Bill Brandt al que homenajea en un film de encargo, Shadow from Light. Mujeres desvestidas cuya desnudez otorga espacio a las habitaciones ya desnudas, cuya mirada insegura nos coloca en el lugar del voyeur por muy mal que nos haga sentir: "la cuarta mirada", la que mata, precisa Paul Willemen en su ensayo Looks and Frictions (British Film Institute Publishing). Pero fundamentalmente mujeres de rostros en transformación cuyas sonrisas fascinan hasta el éxtasis sobre todo en sus últimos cortometrajes, Some Friends (apart), Lost Dreams, Dear Frances (homenaje a su última compañera, la pintora Frances Turner).

Desde su larga hospitalización en el año 2000 debida a una grave neumonía, Dwoskin se orienta hacia el pasado, la nostalgia, la muerte. Intoxicated by my Illness, inspirado en un libro de cabecera epónimo, abre el camino. En él se distingue al cineasta en la unidad de cuidados intensivos, entubado, en una especie de coma como el soldado desmoralizado de Johnny cogió su fusil de Dalton Trumbo. Un estado desesperado que sus amigos tuvieron el coraje de rodar y que Dwoskin utiliza a continuación para traducir el surgimiento de la conciencia mediante un juego de sobreimpresiones de alto voltaje. En Another Time (tiempo que pertenece a otra especie, entre la vida y la muerte) utiliza el mismo procedimiento: sombras que pasan, que aparecen tras la puerta, susurran y se inclinan en un raudal de ternura y de recuerdos mientras que en el techo la pintura se agrieta.

Gracias al soporte digital, el realizador-montador, trabaja la imagen como un pintor sus pinturas, fraccionando los planos estirándolos hasta la obtención de un grano en copos, hasta el límite palpable, incorporando aquí y allá fragmentos de películas de su padre, suyas o de sus amigos, conservadas cuidadosamente, para conseguir un material de una extrema fluidez. En el homenaje a su padre, Dad, Stephen evoca además la personalidad de aquel que le transmitió el gusto por la belleza. Entre los dos, la ósmosis es evidente. El corazón se encoge viendo al padre y al niño jugando en la cama bajo las sábanas. El adulto, riendo despreocupado, lanza por los aires el cuerpecito, lo recoge por los pelos y lo vuelve a lanzar. El ralentí descifra el movimiento, transformándolo en una fatalidad (recuerda a la escena de la caída de la hamaca de Trying to Kiss the Moon). De este balanceo inseguro nace un extraño presentimiento, una especie de premonición que en otro plano, la escritura de Georges Bataille, autor fetiche de Dwoskin, se transforma en algo maravilloso a través de la figura del oxímoron, figura de estilo que congela extrañamente la acción como si la fatalidad esperase su hora.