viernes, 14 de marzo de 2014
sábado, 8 de marzo de 2014
Alan Renais 1922-2014
La muerte de Alain Resnais (1922-2014) nos ha cogido
a contrapelo. Y no porque, con 91 años, no le hubiera llegado ya la
hora, sino porque, precisamente, lo veíamos hace apenas dos semanas en
aparente plenitud de forma y jovialidad, con su pelo blanco, sus gafas
de sol, su camisa roja y su corbata negra, haciendo bromas a fotógrafos y
periodistas, en el Festival de Berlín, a donde fue a presentar la que
será, ya sí, su última película, Aimer, boire et chanter, un
título que se nos antoja toda una declaración testamentaria de
intenciones de quien ha sido uno de los cineastas más importantes,
estimulantes e inimitables del cine moderno.
Sabíamos de los problemas de salud de su compañero de promoción
Jacques Rivette, también del parón del rodaje de la nueva película del
centenario Manoel de Oliveira, pero nada hacía presagiar que las
energías vitales de Resnais pudieran estar debilitándose, menos aún
después de haber asistido en los últimos años a la sucesión de un
ramillete de películas, Asuntos privados en lugares públicos, Las malas hierbas y Vous n’avez encore rien vu,
que posiblemente se encuentren entre lo mejor de su carrera, que ya es
mucho decir en una carrera como la suya: cintas crepusculares y
luminosas, libres y juguetonas, livianas y profundas, volátiles y
sólidas, humorísticas y mortuorias, reincidentes y testamentarias,
siempre reflexivas, lúcidas y autosuficientes, auténticas piezas de
orfebrería cinematográfica al vacío en las que reunió a su troupe
habitual de actores cómplices, su esposa Sabine Azema, André Dussollier
o Pierre Arditti, para regenerar el legado de ese nuevo cine que él
contribuyó a forjar desde mediados del pasado siglo en estos tiempos de
anorexia minimalista y autorismo con corsé.
Resulta demasiado fácil decir que este Resnais del siglo XXI, que
venía ya impulsado por ese maravilloso díptico dramático-musical de Smoking/No smoking y On connait la chanson, era un cineasta joven y renacido, tan inquieto como el de los días de Hiroshima, Muriel y Marienbad,
pero es que es una verdad como un templo. Si me apuran, este último
Resnais se nos antoja más libre, cálido y sabio que nunca, más
consciente del gozo de hacer cine, de compartir el trabajo con los
suyos, de confiar, como hizo siempre, en un espectador inteligente,
capaz de acompañarlo en esa búsqueda del placer de las formas y el
relato, de entrar con él en ese laberinto de historias y memorias
infinitas, canciones populares, tonos pastel, luces de neón, nieve
artificial y travellings eternos.
Jonas Mekas 1922 Lituania / poeta de las imagenes "filmo luego existo"
Con
su pequeña cámara Bolex, rodeado de friends
in cinema de la vanguardia experimental más solidaria y libre,
desde las barricadas de Film Culture, la Film-Makers Cooperative o el Anthology Film Archives, Mekas le otorgó al diario fílmado y a otros
formatos menores
la categoría de poesía cinematográfica con mayúsculas, haciendo de la intimidad
y lo cotidiano, de la enunciación en primera persona, de la memoria inscrita en
el presente, la forma indispensable para explicar y filmar el mundo (y los
recuerdos) desde esa inocencia original que se encontraba en las primeras
películas de los Lumière.
Intermedio
nos regala ahora dos piezas centrales de la larga y continuada (así puede
comprobarse si uno visita la web del director, donde
se cuelgan a diario nuevas piezas, proyectos o materiales) carrera de este
poeta lituano exiliado en Nueva York tras ser expulsado de su país, pasar por
campos de refugiados y escapar de rusos y alemanes, ya se trate de sus escritos
y dietarios (publicados no hace mucho por Caja Negra con el título Ningún lugar adonde ir), como de sus
películas, de las que Walden. Diaries,
notes, sketches
(1969) marca un punto de partida que, primero en soporte analógico y más
recientemente en formato digital (véanse, por ejemplo, sus correspondencias con José Luis
Guerin), atraviesa los últimos 40 años con una insobornable constancia y una
frescura en la mirada impropias de un anciano de 90 años.
Rodado
de manera casi clandestina, Reminiscencias
de un viaje a Lituania (1972) puede ser entendido como un auténtico
filme político a
pesar de tratar de la propia memoria personal y familiar de Mekas en el regreso
al hogar después de muchos años de exilio. Desde las calles de Nueva York a la
casa materna en Seminiskiai, la película busca denodadamente recuperar los
paisajes, los aromas, los sonidos y los sabores de una arcadia perdida. Mekas
filma a su madre cocinando, a su hermano Adolfas, a sus primos y antiguos amigos, canta con
ellos, se reúnen a la mesa, celebran el presente, pero sobre todo ello gravita
el pasado, la expulsión de ese paraíso, el periplo de la huida, rememorada
también en Viena, lugar de tránsito, en una visita junto a Peter Kubelka.
Más
difícil resulta encontrar la herida,
porque en el cine celebratorio y panteísta de Mekas siempre hay pequeñas heridas que afloran, en la
monumental En el camino, de
cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza (2000),
filme de casi cinco horas y 12 capítulos que articula, en aparente desorden,
apenas unas horas antes de la entrada del nuevo milenio, los home movies filmados por
Mekas en los 60, 70 y 80: imágenes de su esposa Hollis, sus hijos Oona y
Sebastián o sus amigos que alcanzan una inopinada condición lírica y
melancólica en su reelaboración desde un presente en el que esa pareja que
nunca discutió y se amó profundamente ya no es más una pareja y donde todo
parece cobrar el tono de una emocionante despedida.
Cualquier
edición de Intermedio cuenta siempre con
los mejores materiales de acompañamiento. La de Mekas incluye un magnífico
texto de Miguel García, una de las firmas más prometedoras y cálidas de la
joven crítica, junto a otros de Peter Kubelka, Adolpho Arrietta, P. Adams
Sidney y Rubén García. Pero también una jugosa y ruidosa entrevista filmada con
Mekas realizada en Madrid por la revista Lumière
en 2009, toda una lección sintética de uno de los mejores antimaestros de la
historia del cine, y el cortometraje-homenaje This is a Bolex, de Alberto Cabrera.
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